En un escenario tan pintoresco como cargado de simbolismo, el presidente argentino, Javier Milei, y su par francés, Emmanuel Macron, se reunieron hoy en Niza durante la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos.
El encuentro, que combinó gestos de cortesía con una agenda pragmática, dejó en evidencia tanto las posibilidades de cooperación como las fisuras ideológicas que separan a estos dos líderes de perfiles casi antagónicos.
La jornada comenzó con un apretón de manos y un abrazo protocolar, un cuadro que contrastó con la conocida distancia entre las visiones del liberal libertario Milei y el centrista europeísta Macron.
Acompañado por su hermana y secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, y el canciller Gerardo Werthein, el mandatario argentino asistió al discurso inaugural de Macron antes de trasladarse a un hotel de la Costa Azul para una reunión bilateral. Allí, Milei obsequió al francés varios libros del economista español Jesús Huerta de Soto, un guiño que ya es marca registrada de su diplomacia, pero que difícilmente disimule las profundas diferencias en materia económica y ambiental.
El eje central del diálogo fue un acuerdo estratégico para la explotación y comercialización de minerales críticos, como el litio y el cobre, esenciales para la transición energética que Europa impulsa con urgencia. Argentina, con sus vastos recursos, se posiciona como un socio clave, y Francia, con su industria y tecnología, busca garantizarse un acceso privilegiado.
Sin embargo, no todo es armonía: mientras Macron defiende el multilateralismo y las regulaciones climáticas, Milei ha cuestionado con vehemencia los consensos globales sobre el cambio climático, tildándolos de “agendas socialistas” en más de una ocasión. Este telón de fondo tiñó la discusión, aunque ambos optaron por priorizar el pragmatismo.
El demorado acuerdo Mercosur-Unión Europea también estuvo sobre la mesa, un dossier que despierta esperanzas y recelos a ambos lados del Atlántico. Fuentes cercanas a la delegación argentina sugieren que Milei, fiel a su estilo, planteó reparos sobre las exigencias ambientales europeas, mientras Macron insistió en la necesidad de compromisos firmes.
A pesar de ello, el tono del encuentro fue constructivo, con avances concretos en materia de inversiones francesas en minería y energía, sectores donde Argentina necesita capital y know-how.
La invitación de Macron a Milei para participar en la cumbre oceánica no pasó desapercibida. ¿Un gesto de apertura o una jugada calculada para sumar a un actor impredecible al diálogo global? La respuesta no es clara, pero el argentino, con su retórica disruptiva, se mantuvo fiel a su libreto: asistió, escuchó y dejó su marca, aunque sin ceder un ápice en sus convicciones.
Tras la reunión, Milei emprenderá viaje a Tel Aviv, continuando una gira que ya lo llevó al Vaticano y España, y que refleja su intención de reposicionar a Argentina en el tablero internacional, aunque no sin contradicciones.
El encuentro, en suma, fue un ejercicio de realpolitik: dos líderes disímiles, obligados a entenderse en un mundo donde los recursos y las alianzas pesan más que las afinidades ideológicas. Sin embargo, queda la duda de hasta dónde podrá avanzar esta relación, atrapada entre la necesidad mutua y las visiones irreconciliables de lo que el futuro debería ser.